A los 100 años de Álvaro Carrillo
En honra de Hebert Rasgado
y Rodolfo Villegas
Por Fernando Amaya
El origen de La trova se remonta a tiempos ignotos, aventuro que a aquellos en los que un rapsoda prístino se adjudicó la encomienda de sortear rías y montañas, desandando caminos aventureros, para compartir las novedades de su entornó y más allá.
Del canto cortesano y galante de los trovadores provenzales, al abigarrado y multifacético jornal de los juglares en la edad media, se fue perfilando la trova, confrontando y aliando con el arte popular sus pulsaciones líricas y sus galas épicas.
Y llegó el renacimiento con sus prendas de atavío diverso, desde la culta polifonía hasta la música popular y festiva. Gaitas, vihuelas, sacabuches y arpas, pintaron con música los aires del renacimiento. De manera particular, en España, la cultura árabe había dejado impresos sus cantes y fandangos en los ritmos e instrumentos que emigraron a América, este territorio nuestro que veía ocultarse el sol de Quetzalcóatl, y nacer el resplandeciente sol de una cultura asimilada a otra en los devenires de la historia del mundo.
Pero el trovador y el juglar no abandonaron el barco del tiempo, y se mantuvieron pulsando los acordes líricos y épicos de sus respectivas encomiendas. Recordemos al apuesto Gutierre de Cetina, muerto en lides de amores, en tierras mexicanas, por unos ojos claros y serenos que sólo así dejaron de verlo airados. Y a decenas de troveros populares no consignados por historia alguna, pero si notificados en los archivos de la Inquisición por su incitación a la rebeldía y a la procacidad. Pero no sólo fue recibir y asimilar, también fue emigrar y compartir, de ahí que se habla del probable origen novohispano de la chacona y la zarabanda, en esta última es notoria la exaltación negra del ritmo.
Así, en la integración de la música popular que, a la postre, detonó la vigencia de una tradición cultural con características propias, participaron indígenas, negros y españoles, sin regateos de patrimonio u origen. Referirnos a la Trova, es hacer mención de dos elementos naturales en su conformación: por un lado, la canción, como aliento de su forma más preciosista y poética; por otro, el son que es música para acompañar el baile, con sus partes vocales definidas por décimas o coplas; aunque pudiera haber momentos de intercambio, o formas fronterizas entre ambas tendencias expresivas, verbi gracia la habanera y el danzón, el vals, el bolero y los bambucos.
La trova contemporánea, entonces, no es ajena a los payadores y copleros, bohemios y trashumantes, que recorren la legua, guitarra en mano, para hacer las delicias de la gente común, en veladas, reuniones y festejos; amén de quienes por la naturaleza de su propuesta lo realizan en recitales y presentaciones con un criterio más que justificado. Suele, actualmente, denominarse el fenómeno de la trova de acuerdo al ambiente dónde se desarrolla, por lo cual, puede ser urbana o rural, o como se les designa en Cuba, de acuerdo a este mismo aspecto a los que la practican: guajiricantores o poblanicantores.
Trova, nueva canción y canción de autor, son tentativas por enriquecer los contenidos y formas expresivas de la canción popular; en este desempeño, ocupa también un rango importante la canción testimonial, que acompañó las manifestaciones y movimientos sociales de las décadas de los sesenta y setenta: en la lengua y las manos de Víctor Jara, quedo inscrito el testimonio de lo importante que es contar con una voz comprometida con el destino humano en la búsqueda de territorios de igualdad y justicia.
Sin lugar a dudas, en nuestro ámbito, la trova cumple una función social; desde la greda humilde de los ranchos, hasta los palcos y lunetas de teatros y auditorios. Reconforta al doliente, anima al festivo; aproxima, comedida, a quienes buscan una oportunidad para conocerse y amarse; por eso alguien refiere, con toda naturalidad, “me le declaré a tu madre con tal canción”, o “fue gracias a Manzanero que tu voto cuenta en la mesa familiar”. Por otro lado, el papel que han jugado los trovadores en la conformación de la identidad latinoamericana, es de importancia toral, ya lo menciona Fernández Retamar en su ensayo cardinal intitulado “Caliban”, en alusión al esclavo de la Tempestad de Shakespeare que para derrotar a su amo Próspero, se apropia de su lengua para cantar su primer himno de libertad. Por fortuna hay pueblos que se mantienen en resistencia cantando en su lengua originaria; sólo para ilustrar el ejemplo, hago mención de dos en México: los zapotecos y los purépechas.
Por un conocimiento más cercano del fenómeno, me honro en mencionar a tres trovadores zapotecos, que cantaron a la vida y al amor con una profunda emoción, a veces arrasada por las lágrimas del mar de la existencia, sus nombres: Taquiu Nigui, Rey Baxa y Juan Stubi. El proceso histórico-cultural en el Estado de Oaxaca, produjo a dos trovadores inefables, cancioneros de un pueblo que les ha dado el reconocimiento ganado con creces a partir de un aporte que tiene profundos significados de identidad; sus nombres, Jesús Rasgado y Álvaro Carrillo; Los dos, afro-descendientes, del Istmo y la Costa, respectivamente.
Jesús Rasgado, conocido familiarmente como Chú, acometió un trabajo de instrucción y formación musical en los pueblos de la Sierra Norte y el Istmo; también incursionó en la Costa, a donde trajo por vía marítima la primera marimba que sonó en algún solar provinciano de la Villa de Pochutla. Pero una bien lograda fama y prestigio le han retribuido, desafortunadamente después de muerto, sus canciones, casi blasones testimoniales, Naila, La vida es un momento y El penúltimo beso, al lado de otras no menos hermosas y entrañables.
De Álvaro Carrillo hay tanto que decir que estas escasas líneas solo buscan alentar el ánimo para ir en su busca a través de referencias documentales, o de su obra, donde asoma el corazón de un hombre dotado para el humanismo como pocas veces se ha visto. Usted tome cualquier canción de Carrillo y encontrará pepitas de oro y madreperlas sonriendo la bondad de un arte esencial y único.
Álvaro Carrillo el ave que, de paso, nos dejó su trino ardiendo en la pasión de una noche bohemia a la orilla del mar, con la luna bogando las rutas del espacio con todo su esplendor. Sin que se marquen diferencias entre las menciones que se expresan a continuación, podemos hablar de una pléyade de trovadores de origen y contenido diverso, sólo para, en otra tentativa, dar referencia sobre la característica de su trabajo y el tamaño de su acervo. Más o menos en orden cronológico hacemos cita de los siguientes: Álvaro Carrillo, Jesús Rasgado, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Pepe Guizar, Guty Cárdenas, Ricardo Palmerín, Agustín Lara, Indalecio Ramírez, León Chávez Texeiro, Atahualpa Yupanqui, Chabuca Granda, Simón Díaz, Víctor Jara, Violeta Parra, Juan Vicente Torrealba, Crescencio Salcedo, Rafael Escalona, Rafael Otero, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Francisco Repilado, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel San José, Luis Eduardo Aute, Víctor Heredia, Alfredo Zitarroza, y otros tantos que, por el momento, olvida la memoria, pero jamás el corazón.
Fernando Amaya